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Cómo la cooperación entre Noruega y América Latina puede ayudar a reducir desigualdades socioeconómicas

2 de diciembre de 2013|Columna de opinión

En este artículo Benedicte Bull y Kalle Moene, investigadoras de la Universidad de Oslo, analizan la exitosa experiencia de Noruega en materia de crecimiento con igualdad.

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Frontis Universidad de Oslo
La Universidad de Oslo, en Noruega (Foto: Pau García Solbes/Flickr).

¿Cómo se ha logrado reducir la desigualdad en América Latina en los últimos 10 años? ¿Cómo se puede asegurar que la reducción siga? ¿Es posible aprender de las experiencias de Europa del Norte? Investigadores de la CEPAL y de la Universidad de Oslo iniciaron recientemente una cooperación a largo plazo en el tema económico y social para estudiar los avances en la reducción de la desigualdad en América Latina durante la última década.

La reducción de las desigualdades en las sociedades es fundamental no solamente para lograr disminuciones sostenibles en las tasas de pobreza, sino también para mitigar la conflictividad entre diferentes sectores y promover mayor consenso en torno a proyectos políticos nacionales.

Regiones tan distintas como América Latina y el norte de Europa tienen sus propias y valiosas experiencias en el desarrollo de sociedades inclusivas que participan del contexto compartido de una economía global. Creemos que el intercambio interregional de experiencias es importante para entender cómo los países pueden seguir profundizando en este ámbito. No se trata de imitar y transferir experiencias de manera mecánica de un país a otro, sino de lograr un aprendizaje mutuo que nos permita establecer con mayor claridad los efectos de distintas medidas y mecanismos en aras de un crecimiento más inclusivo.

Un ejemplo de ello, desde el norte de Europa, es la exitosa experiencia del desarrollo económico noruego con pequeñas y pocas diferencias entre clases y géneros, efecto de la complementariedad de políticas sociales, laborales y económicas. Esa experiencia histórica muestra cómo las diferencias salariales mínimas, una muy alta productividad y un crecimiento económico sostenido son factores no solamente compatibles entre sí, sino también complementarios. En Noruega tres experiencias han sido claves.

La primera es que la igualdad salarial ha podido estimular la productividad. Noruega tiene hoy una de las brechas salariales más estrechas del mundo. Los sueldos son prácticamente parejos tanto en sectores de alta como de baja productividad. Un mecanismo importante para lograr esta igualdad salarial es la determinación de sueldos de manera ordenada a través de la negociación colectiva, por sector. Como resultado, los trabajos menos cualificados son relativamente bien remunerados, mientras los trabajos que requieren alta cualificación tienen una remuneración relativamente baja, en comparación con otros países. Este tipo de "compresión" de sueldos funciona como un "subsidio" permanente a los sectores que dependen de profesionales altamente cualificados. A largo plazo, las mínimas diferencias salariales han resultado en un cambio estructural. La compresión de sueldos es un incentivo para una mayor eficiencia y un crecimiento en la productividad: el superávit y las inversiones aumentan en empresas de alta productividad, mientras que en empresas de baja productividad éstas tienden a decrecer. Como consecuencia, en el siglo pasado se ha dado una transición hacia una economía más productiva que a la vez ha consolidado el crecimiento económico.

La segunda experiencia es la relación positiva entre la participación femenina en el trabajo formal, el crecimiento económico y la disminución de la desigualdad en general. La participación femenina crea más demanda de servicios públicos (por ejemplo, jardines infantiles) y al mismo tiempo genera impuestos que posibilitan que el Estado financie el desarrollo de estos y otros servicios. Estos servicios prestados por las instituciones públicas tienen, a su vez, un impacto positivo en la nivelación de las diferencias sociales y contribuyen a que ni los ingresos ni la posición social de los padres definan la situación futura de los niños. Asimismo, la participación laboral femenina ha sido determinante para el crecimiento económico, como también para la igualdad.

La tercera experiencia es que las mínimas diferencias salariales favorecen el apoyo de todos los sectores de la sociedad a un estado de bienestar con servicios públicos y políticas sociales de calidad. El modelo noruego se caracteriza por una mezcla de beneficios particulares y universales, poniendo énfasis en los beneficios universales para los cuales existe un amplio apoyo político. Estos sistemas contribuyen a la redistribución de los ingresos, al mismo tiempo que el seguro social y los bienes colectivos fortalecen a los grupos "débiles" en el mercado laboral, y de esta forma contribuyen a la mencionada "compresión" de diferencias salariales.

El modelo social noruego se ha desarrollado a través de ensayos y errores que lo han hecho más robusto y estable frente a diferentes presiones. No es el resultado de un diseño de escritorio sino de pequeños pasos que han dependido en gran parte del apoyo electoral y de los grandes sindicatos. En este contexto es importante puntualizar que en Europa del Norte no solo hay empleados bien organizados sino también empleadores, y estos últimos han sido muy importantes en la creación y sostenimiento del sistema.

Probablemente la institución más significativa en la formación de la base para la distribución, el crecimiento y la seguridad social fue el sistema de negociación colectiva. Este tipo de sistema requiere que una gran parte de la población tenga trabajo formal, lo cual no es el caso de América Latina. En cambio, muchos países latinoamericanos están en el proceso de formar sus propias y novedosas políticas para asegurar una nivelación sostenida de ingresos, algunos apoyados por la CEPAL. Por tanto, no son necesariamente las soluciones institucionales específicas las que deben ser fuente de inspiración, sino la idea de que las políticas en un área pueden tener un gran impacto en otros planos. Tampoco se puede considerar el modelo nórdico como un fin en sí mismo, sino más bien como una estrategia de desarrollo con varias soluciones posibles, dependiendo de los antecedentes y de otras condiciones locales.

Por último, puede resultar alentador pensar que Noruega empezó su camino hacia el desarrollo y el crecimiento con igualdad muchos años antes de que encontrara y explotara el petróleo. El ingreso real per cápita estaba al mismo nivel de El Salvador hoy y a menos de la mitad del nivel presente de Chile. También era un país conservador en muchos sentidos. Las actuales actitudes en torno a la igualdad de género, o entre pobres y ricos, no son algo innato en la cultura nórdica, sino algo que emergió durante una época relativamente corta, a través de cambios legislativos y sociales. Los derechos de las mujeres, entre otros, no son una condición previa al modelo, sino por el contrario, uno de sus resultados. Las actitudes han cambiado gradualmente cuando la gente observa que las reformas funcionan para reducir la desigualdad y que han estimulado la libertad individual, el crecimiento económico y la seguridad.

Por todo lo anterior puede ser muy útil la cooperación entre continentes. Pueden aprender el uno del otro en una economía globalizada, descubriendo mejores prácticas con la esperanza de revertir la creciente desigualdad en el mundo, dinamizar el crecimiento y forjar mayor seguridad en el marco de economías abiertas.

 

*En junio de este año, la CEPAL suscribió con Noruega un acuerdo de cooperación con el fin de intercambiar experiencias y lecciones aprendidas en la construcción de pactos sociales para la igualdad. Esto en el marco de un viaje a Oslo de la Secretaria Ejecutiva de esta comisión regional de las Naciones Unidas, Alicia Bárcena. Las autoras del artículo de opinión son dos investigadores de la Universidad de Oslo, contraparte central de la cooperación con la CEPAL.